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Acerca de lafresqueradecandela

Miro a mi alrededor y todo lo que miro me cuenta algo. No me considero escritora sino juntadora de letras

¿ESNIFARÁ CHENCHO LEXATINES?

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Cada mañana acompaño a mi santo al parking donde deja el coche. Es una costumbre que me gusta. Es una forma de decir “me importas”, porque cuando ya tienes taitantos y alguna leche a cuestas, te preocupa hacer las cosas bien.

Somos casi una familia numerosa. Atípicamente numerosa: dos adultos de raza humana, una adolescente perruna y un cachorrito de Yorkshire.

Para ir al aparcamiento atravesamos la plaza Mayor. Y eso es algo que me emociona tanto porque me lleva lejos, a tiempos más livianos de estudiante en Salamanca. Cuando las preocupaciones no pasaban de aprobar tal o cual examen. Presentarse o no a la práctica de la tarde y el campeonato de Mus que nunca gané. Ahora las cosas son harto más complejas. Hay crisis, no se si lo he mencionado alguna vez. Y con la crisis se pierden las oportunidades y, a veces, la esperanza. Esta mañana, mientras me comía mi croissant de espelta con mermelada de moras sin azúcar he visto en las noticias que un hombre se ha suicidado pocas horas antes del desahucio de su casa. Uno ve esto y se supone que nada tiene que detenerse. Que tienes que tragar el bocado que ya está en la boca. Pero esa delicia de moras se me ha antojado muy amarga a las siete de la mañana. Y llevo todo el día como con medio croissant atravesado en la garganta. Es que tengo ganas de llorar.

Si, soy frívola, pero últimamente no lo parezco, lo sé. Un día de estos volveré por mis fueros y os hablaré de unas botas rojas que he visto en una tienda de Barquillo y que me tienen hablando sola. Pero ahora no puedo, no tengo ni ánimo para pensar en lo bien que me quedarían esas botas de Caperucita. Sólo puedo pensar en esta mierda de época que convierte a ciertos empresarios en macarras y a los empleados en esclavos muertos de miedo. Cuando los bancos, esos que regalaban vajillas, ahora te quitan la casa y se quedan tan frescos. Y eso no da para pensar en botas ni en delicias de mora y espelta sumergidas en el café recién hecho. Yo sé que las cosas no son tan sencillas. Hay muchos empresarios que tienen verdaderos problemas para mantenerse a flote y, de paso, mantener el bienestar de sus empleado. Lo sé bien. Hay una irresponsabilidad de la clase política, que miraba para otro lado, mientras se concedían hipotecas que se sabía no se podrían pagar en el futuro. Yo lo sé y mi condición de frívola no me permite criticar esto. Pero lo pongo sobre el papel para que se sepa que frívola sí y rubia también, pero tonta no. Señores que mandan en las pesetitas, no somos tontos. Lo que pasa es que nos callamos, porque si un día nos da por salir a la calle de verdad, como nos lo está pidiendo el cuerpo, la Revolución Francesa y la Rusa van a ser como de broma. Y no estoy haciendo apología de nada, que ni la frivolidad ni la rubiez me dan para tanto.

Pero siempre me lio y no voy a lo que voy. Que yo a lo que iba es a que esta mañana, camino del aparcamiento, llevaba mi santo a la pequeña –que es muy pequeña- en el bolsillo del Barbour y la tía se ha tirado para escaparse. ¡¡Pero dónde irás tú, alma de cántaro, que más te quieran!! Ella no lo sabe, quiere corretear a su aire, sin horarios, sin normas, sin nadie que le diga lo que tiene que hacer. Vamos, que tenemos una librepensadora, anarquista de dos meses y medio que se mea dónde y cuando le da la gana y ladra por las noches para que le des mimos. ¡Qué importa que el despertador suene a las seis y media de la mañana! Los bebés, de la especie que sean, son muy libres porque no son conscientes de que existen límites. ¡Pobres inocentes!

Y ahí se ha tirado, en medio de la Plaza Mayor. Nos hemos girado a buscarla, pero ya la había recogido un chico que estaba muerto de risa, con la perrita en la mano. Y yo me he acordado de Chencho. ¿Recordáis a Checho de La Gran Familia? Y ese Pepe Isbert, absolutamente desesperado, llamándolo con esa voz tan peculiar, por la plaza llena de puestos de Navidad. Sin remedio este pensamiento me ha llevado a pensar en la cercanía de las fiestas.

El turrón, la plaza llena de puestos, el discurso de navidad del Rey, la abuela que se toma dos copas de más y mi colección de “caganets”. A mi me gusta poner el árbol y adornarlo con corazones. Me gusta pensar que, de verdad, es un tiempo de paz y amor. Aunque todos sabemos que es el momento ideal para tener la bronca familiar del año. Pero hasta eso tiene su encanto, porque ya te quedas jodido para todo el año y no tienes que preocuparte mucho más. Para octubre haces las paces y así puedes volver a tener la bronca del siglo la siguiente Navidad. Es un ciclo que se repite, como el ciclo de la vida. Como dice mi santa: “Navidades una, pero belenes…” Bueno, bueno, yo tengo un belén. Tengo un Belén. En realidad eso se llama “Misterio”, me lo ha explicado mi santa varias veces. Cuando sólo tienes a la Virgen, Pepe y el zagal, eso es un misterio. Vamos a dejar los dogmas de fe para otro día, ya si eso. Pero es que lo mio ya Misterio no es, porque además de la familia, el buey y la mula pululan por mi belén un R2D2, C3PO, dos moradores de las arenas, un ewok, una gallina de proporciones sobrehumanas y un geyperman al que le falta un brazo. Pero es que era Navidad y donde caben once, caben doce. No se trata de eso la Navidad?

Mi santa, que es muy adelanta ella, nos felicitó las pascuas ayer. Yo creo que en su afán de ser la primera este año se le ha ido la mano. Pero no importa, porque mi santa tiene esas genialidades y a mi me encanta. Le gusta tanto la navidad que dice que se tomaría un lexatín justo en el momento en que los niños de San Ildefonso (Por cierto, yo de pequeña quería ser niña de San Ildefonso hasta que me enteré que había que ser huérfana. Pero os lo cuento otro día, mejor) cantan el primer número de la lotería para despertarse en el preciso instante en que los basureros han recogido todos los paquetes de regalos que sus Majestades los Reyes Magos de Oriente, traen a los niños. Yo es que soy republicana, pero vamos, que de oriente van a tener que venir los regalos este año, porque si nos da para comprar algo en un chino va a ser de chiripa. Aunque no se que tal está el percal por Cobo Calleja.

Yo apoyo la moción del Lexatín y pido al Gobierno, la clase política y las autoridades sanitarias que hagan un reparto gratuito.

Tengo un amigo que trabajaba en un sitio de esos horribles, en los que tienes que reclamar impagos a gente que no tiene ni para comer. Pero claro, no se puede elegir, que él también tenía que comer. Pues el pobre lo pasaba tan mal, que no se tomaba los lexatines, se los esnifaba directamente. No quiero dar ideas a mi santa. Ni a mi santa ni a nadie Pero es que están los tiempos para esnifar lexatines.

Y aún sería el colmo del chiste que con lo que llevamos de partido, de verdad se acabara el mundo el 21 de diciembre, como preconizaron los mayas. Hala, a palmarla y sin tocarnos la lotería. A lo Oscar Wilde, que cuando se sabía cercano a la muerte dijo: “Voy a morir como he vivido: por encima de mis posibilidades

¿Qué habrá sido de Chencho, por cierto? El actor creo que se llama Gerardo Garrido. No se si se habrá seguido dedicando a este oficio de cómico tan inestable o se habrá hecho banquero, de los que te quitan la casa y tenga que esnifar Lexatines cada mañana para poder afrontar un nuevo día en el trabajo.

Salud.

LA ESTRELLITA DE LA SUERTE

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No pongo la estrellita para deciros nada en concreto. Sólo que os paséis por la Fundación Aladina, miréis su blog, os hagáis fans de sus páginas. ¿por qué? -¿Os preguntareis? Pues por una razón muy sencilla que ya apuntaba en mi entrada anterior. Todos necesitamos deletrear la esperanza a diario, por si se nos cae la bola del helado y poder mirar la luz del sol de nuevo.

DELETREAR LA ESPERANZA

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A Rosario Endrinal, in memoriam.

No quiero hacer denuncia social. Ya os lo he explicado muchas veces: soy frívola. No me interesa nada de lo gris que estamos viviendo. No sé si se hunden los bancos (que lo dudo) o las personas (que lo afirmo). Ignoro si, como decía un anuncio viejísimo que pasaban hace un millón de años, acabaremos enchufando la tele a una vela.

Yo hace tiempo que ceno con velitas. La excusa es el romanticismo y la verdad verdadera es que mi factura de la luz es más larga que la lista de delitos de Fabra, el aeroportista filántropo y suertudo, a quien ha tocado la lotería un trillón de veces. Perdón, se me ha “escapao”. Si es que me embalo y claro, aquí, yo sola frente al ordenador y sin comer me vengo arriba en banderillas y, “oigausté”, no me para ni Perry. Pues sí. Yo saco todas las velas que tengo, las pongo sobre la mesa y me como la ensalada con mi santo más feliz que una perdiz. Y sin gastar luz, que importa y mucho con la que nos está cayendo.

Tiene más ventajas, aparte de la de “mantener viva la llama del amor” y es que nunca estás muy seguro de lo que te estás comiendo. Pero nada, pecata minuta y miel sobre lo que sea. Porque si el tomate está un poco “p’allá” pues ni se ve. Vaya, que yo le recomiendo a todo el mundo lo de cenar con las velitas: romántico, económico y fantástico para aprovechar las sobras. Vamos, hombre, que no se puede dar más por menos.

Nos está cayendo la más grande, como Rocío Jurado. Ya tanto hablar del rescate p’arriba y el rescate p’abajo, que al final yo ya estoy deseando que lo pidan. Mira, que yo ni había pensado en eso del rescate, pero tanto hablar de ello, pues una se informa. Y, como yo no entiendo de nada, cuanto más leo más me pierdo. Que si sí, que si no, que si a fin de mes, que si el fin de semana. Vamos, que si yo pudiera pedir un rescate aquí iba a estar yo con las velas y el tomate medio pocho. ¿Qué hay que pagarlo? Pues ya se pagará como sea. Pero es que ni le compro tomates a mi Antonio, el tendero, ni bombillas al macizo de Casa Soria. Y, aunque sea en pequeña escala, la cosa va como va. Todos más tiesos que un ajo pío.

Ya ni por Serrano se puede ir tranquila a mirar escaparates, que otra cosa ya ni se puede que, como dice mi cuñada, se me hacen los dedos huéspedes. Y los ojos arrendatarios o lo que sea que se diga. Porque Madrid –y me da lo mismo Madrid que Barcelona, León o Villapún- se nos está llenando de indigentes. Está la calle llena de gente silenciosa y solitaria, que arrastra su nada en carritos de la compra, como quien lleva a su casa una cesta cargada de naranjas, lechugas y cositas ricas. Pero sin nada. Mantas y cartones para dormir. Periódicos viejos que debaten sobre las bondades o maldades de pedir un rescate, para proporcionarse abrigo en las frescas noches de otoño. Ha refrescado y no debe tener maldita la gracia dormir al raso.

Yo me pregunto muchas veces en qué momento la cabeza te hace click y pierdes la esperanza. Cuantas ostias (con perdón) te tienes que pegar contra la misma pared para que un día digas “ya no puedo. Ni puedo ni quiero”. Sé que hay casos y casos, pero es que pintan bastos para todos. Perdón, para unos más que para otros. Pero dormir una noche en tu cama y al día siguiente en la calle es para darse al alcohol y las drogas y dejar el rock and roll para los que tienen techo, sábanas de hilo y comida, aunque sea con velas.

No me canso de decirlo. Estamos jodidos (y como añadiría mi amigo Juanito “Pero estamos muy guapos”), pero bien jodidos. Y es que también hemos sido muy tontos. Porque hemos pasado de no haber cruzado la frontera más que para vendimiar en Francia a irnos de vacaciones al Caribe. De ir en autostop y camping a comprar casa en la playa, en la montaña y en la pradera. Nos lo hemos comprado todo. Pero todo. No se podía tener más… Más deudas, quiero decir. Y un buen día va y nos explota el pastel en la cara. Y aún nos estamos sacando la nata de los ojos para ver la cruda que tenemos.

Tontos si, pero no hemos perdido la esperanza, por más que las tartas exploten en los escaparates de las pastelerías, muertas de pena. Nos seguimos levantando cada mañana con la esperanza de que hoy sea mejor que ayer. Y, si no lo es, no importa porque en peores plazas hemos toreado y hemos salido a hombros. O, al menos, no hemos salido con los pies por delante y un pijamita de madera.

Pero algunas personas se pierden. Pierden la esperanza y las ganas de levantarse. O las de acostarse. Yo no sé qué pasa. No puedo ni asomarme a tanto abandono, que no es uno ni dos. Es que son todos: caminamos con esa realidad al cabo de la mano y miramos para otro lado donde, por cierto, seguro que hay otra persona sin techo acarreando recuerdos, mantas y cartones de un lado a otro de la calle.

Cada mañana vengo caminando a mi trabajo. Cosa también muy práctica, porque me ahorro el metrobús y el gimnasio. Y, de paso, me doy un baño de realidad. Esta mañana un hombre mayor, un abuelo, me ha dado una octavilla que anunciaba clases de música con precios anticrisis. Yo sé que no es nada, pero le he cogido el papelito, le he sonreído y le he dado las gracias. Yo no soy de la que cojo papeles ni octavillas ni ná. Bueno, no era, que ahora quiero que todo el mundo pueda justificar la dignidad o indignidad de su sueldo. El dinerito que trae el plato caliente a la mesa.

Venía con el corazón encogido porque he visto a una chica joven y guapa pidiendo limosna en la puerta de una panadería. Que me han dado ganas de decirle “Pero criatura, si tu tienes la edad en la cara y la juventud y la vida para no tirar la toalla. Aún no. No ya por ti, sino por mi, que te doblo la edad”. Pero no he dicho nada y, así sin avisar, como suelen hacer los recuerdos, me ha venido a la cabeza Rosario Endrinal, la mujer que murió quemada en un cajero automático de Barcelona, en el barrio de Sant Gervasi a manos de tres niñatos que –espero- ni sabían lo que hacían ni eran conscientes de las consecuencias. Insisto, espero. No voy a entrar en que puñetas hacían tres niños en la calle a esas horas y con un bidón de líquido inflamable porque me arde la sangre, como si yo misma me hubiera bebido ese puto líquido.

Rosario Endrinal. Supongo que alguien le llamaría alguna vez Charito, así en plan cariñoso. Charito, reina mía. ¿Cuántos sueños se le rompieron a Charito la primera noche que durmió al raso? ¿Cuánto corazón fue perdiendo por las calles de Barcelona? No es que a uno lo abandone una persona, que eso ya es duro de salero. ¿Cómo te sentirías si todo el mundo que conoces te abandonara? No importa que hayas hecho. No puede ser que tus padres, tus hijos, tus amantes, tus amigos te abandonen. Bueno, si puede ser porque así es como ocurrió.

Charito se enamoró, como nos ha pasado a todos, y se volvió loca de amor por quien en lugar jurarle amor eterno y cuidarla, como haríamos todos, la dejó en la peor de las posiciones imaginable. Y lo perdió todo, esperanza incluida.

Charito era una mujer guapa y preparada, que trabajaba como secretaría de dirección de una gran superficie. Y se quedó sin nada. Así, como a quien se le cae la bola de helado que está comiendo y se queda mirando al suelo con cara de decepción. Y no te quieres comprar otro helado, quieres ese precisamente, el que se te ha caído y no otro. Y no dejas de mirar al suelo. Y mirando al suelo, como todo el mundo sabe, no se llega muy lejos.

Sola. Charito estaba sola, sola. Abandonada, despreciada y sin esperanza. La primera noche que durmió al raso lo hizo sobre su abrigo de visón. Abrigo que al día siguiente le robaron. Y terminó de perder lo poco que le quedaba.

Esperando a la muerte decidió que se sentiría un poco mejor si lo acompañaba de alcohol y así, de paso, no pensaba en el pasado. En lo que tuvo y despreció. En lo que nunca regresa. En su hija, en su madre, en los amigos, los paseos en barco, el trabajo. Los armarios llenos de ropa, mientras se desesperaba pensando que no tenía qué ponerse.

Esperó a la muerte y ésta llegó vestida de niños bien, lata de combustible en ristre, mientras jaleaban y le increpaban. “Hedionda mendiga” -le decían. Versión que cambiaron en el juicio, pasando a llamarle “Señorita Endrinal” cuando el mal ya estaba hecho. Como si dándole esa dignidad que desde el principio merecía, las cosas se iban a arreglar.

Cierto es que se pierde la esperanza y las ganas de vivir. Pero una cosa es sentarse a la puerta de casa, como decía la señora Modesta de mi pueblo, a esperar a la muerte de forma plácida y otra cosa muy distinta es que tres niñatos te lleven por delante sólo por diversión, inconsciencia y una absoluta falta de empatía. Yo no le voy a decir a los jueces cómo tienen que resolver estas cosas, ni a los padres cómo han de educar a sus hijos. Sólo os digo, para que no se os olvide nunca que esperanza es una palabra maravillosa, con dos es y dos aes y conviene deletrearla cada día, no sea que se nos caiga la bola del helado y no podamos volver a mirar otra vez la luz del sol.

CREMA DE LIMON

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La vida es crema de limón. Postre antiguo, antojo de media tarde que mi Tata hacía como nadie.

Los ingleses le llaman Curd Lemon y se pirran por ella, es probable que la sirvan con el té de las cinco. Pero en mi casa, de toda la vida de Dios se ha llamado Crema de Limón. Se hacían enormes bandejas para el postre de los domingos. Ácida y amarga a la vez, la Crema de Limón es la vida dentro de la vida misma.

Mi Tata también era crema limón. Complaciente pocas veces, ácida siempre, dulce en el interior y astringente, como castellana de adopción esa extremeña blanca y pequeña. -De Medellín, Partido Judicial de Don Benito- decía al presentarse. –Para servir a Dios y “usté”- Pero atea practicante (que de lo otro jamás le vi practicar) y socialista de corazón, pero de hecho clasista. Jamás la vi sentada en la misma mesa que yo fuera de una cocina. Y, sin embargo, mi corazón está con ella a diario. La pienso y tarareo. Aún hoy sus cosas me hacen reír. No pasa un solo día en que mi cabeza no se vaya un instante al hueco vacío en mis costillas. El hueco de su abrazo y sus manos ásperas.

Qué lejos me llevan los olores, los sabores de mi casa.

Cojo una cucharita de las de té del cajón y la sumerjo en esa pasta amarilla y blandita. Esa pomada que cura todos los males. Cierro los ojos mientras la saboreo. Y no paladeo, viajo. Me voy lejos, lejos. Cada vez más. El patio de la casa y los rosales, a la parva del río seco y el olor de tu camisa mientras dormías a mi lado, en la habitación de los niños.

La vida se llena de ausencias cuando mi Lemon Curd ya se ha deshecho en la boca. En estos tiempos raros, cargantes y sucios en los que no hay escapatoria posible a la grisura, mi pomada bendita me salva de tanta mediocridad. Me da colores ácidos y amargos, mantequilla, azúcar y huevos para remover la miseria con cuchara de palo.

Es esta una receta-bomba. No ya para justificar mi nostalgia en un día tan señalado en que el pasado nos cumple cien otoños. Ni para contarte que la vida es un asco, que la crisis nos come la nada que tenemos y aún prometen recortarnos más. Pero tú de esto sabes, “joía”. Era sólo para que supieras de una forma fehaciente que pienso en ti todos y cada uno de los momentos de mi vida. Te llevo en mis entrañas, en mi alma, en mis tripas y en la ausencia que has marcado en mis costillas.

No hay un vacío de ti, sino una plenitud, una llenura de recuerdos esparcidos por todas las esquinas de mi alma. Suerte que aún me queda memoria y sé hacer crema de limón.

JUEGO DE ALMOHADAS

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Hay siete almohadas en mi cama y eso implica, sí o sí una pelea nocturna y cotidiana por ver cuál es la que mejor se adapta a mi cabeza, quien es la favorita. De entre ellas una me hará dormir. Sin embargo, ¿sabré quien será? Cada noche es una distinta. Mis almohadas no tienen los roles asignados. A veces duermo con una o dos, hay períodos que estoy con otra distinta. Soy infiel en cuestión de almohadas. Algunas me apoyo en tu pecho, de hombre de ideales antiguos, desconocedor de las últimas tendencias en el mundo de la metrosexualidad, ignorante de la crema de caviar, limpito de agua y jabón. Con ese olor a casa con manzanas, otoño de granadas y castañas. Olor a cotidiano, sin aspiraciones snobs.

Hay siete, siete almohadas en mi cama de ciento sesenta centímetros, donde cabe mi mundo. Donde vivo y muero cada día un poco. Un poco más vieja a cada instante, un poco más cansada cada noche, un poco menos alegre cuando las cosas no van bien, un poco menos triste cuando van. Parece, eso sí, que un poco más sabia.

Algunas veces tengo tanto miedo que tengo que dormir con tres. Una para soportar el peso de mis afanes. Una en mi espalda, que suple las ausencias de toda una vida. Una en mi pecho, que me corta la respiración y abraza mi corazón en ocasiones lacerado y cojo.

Siete almohadas donde mi cerebro se pierde en las veredas del sueño. Siete conocedoras de mis desvelos, mis anhelos, mis buenas y malas luces. Y tu sueño apacible. Y nuestros hijos enredados en mi pelo descansando para siempre. Y tu risa sincera al despertar. Y los besos que se pierden entre mi boca y las siete almohadas.

Ya no sobrevuelan mariposas mi cama. Apenas hay pugna entre cardias y la mente. Pienso y siento a partes iguales.

No es esta una declaración de amor, sino de principios. Una conjunta manifestación de mi cerebro y las almohadas. Los anhelos y las realidades en el preciso instante en que me despierto, sin saber aún si es de día o de noche.

No quedan rastros de olor a casa con manzanas ni a otoño de granadas y castañas sobre las fundas de hilo de mis siete compañeras de viaje.

LA GARITA DE BENITO

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 A mis adolescentes coñazos

No paro de pensar en Benito, ese hombre cariñoso, educado y tranquilo, con su barriguita cervecera luchando por salir, junto con los pelos del ombligo, de entre la parte baja de la camisa celeste. Los botones dibujando perfectas elipses de carne peludita, sonrosada y el pantalón azul marino del uniforme marcando ese culete garbancero. La chaqueta hace años que no le abrocha, pero le da un aspecto de esos modernos que se llevan ahora, así como de grounge, arreglado desarreglado. A mi me deja loca esa catadura de cerdo pero limpio o viceversa. Y es que la vida moderna como que no me encaja. Yo me veo más de finales del siglo diecisiete. Porque a ver, eso del Out of bed ¿eso qué es? ¿De verdad alguien se compra un gel para el pelo con el fin de pasarse dos horas peinándose pero que luego parezca que no se ha hecho nada, es más, que se acaba de levantar? Una pérdida de tiempo, señores, que no están las cosas para andar perdiendo energía en chorradas.

Pues eso, mi Benito, que es a lo que iba yo, principalmente. Que no paro de pensar en él. Ahí, metidito en su garita, con la radio, el Marca, sus calendarios de cochinotas, su bocata de panceta y sus cervezas. Oye, y tan feliz. Con la casa cerquita, en mitad del campo y su parien siempre con la comida calentita en el plato, preparada a las dos de la tarde. Si es que no se puede vivir mejor. Tan tranquilito, sin tener que ocuparse de la prima de riesgo, la última moda en Nueva York  ni del out of bed.

Él a lo suyo. Que si te miro, con esos ojitos comidos de presbicia, por encima de las gafas a ver si te conozco, a ver si eres de la “urba” y, aparte de abrirte la barrera, mejor si pego un rato la hebra. Que si cómo va, Don Francisco. ¿La mujer bien? El otro día vi a su chica mayor. Toda una mujercita, no se descuide Don Francisco, que dentro de nada se presenta con un novio. ¡Ay! Qué rápido crecen los hijos. Fíjese, Don Francisco, el mío ya con tres, que caben debajo de un sombrero y con la mujer en el paro, que están los cinco soplando la cuchara. ¿Y que le voy a hacer? Pues echar un cable al hijo, que para eso estamos los padres. Qué fea está la cosa, Don Francisco. ¡Hala! A pasar buen día. Y claro, tu que no eres de piedra, después de esa perorata, te vas a casa a comer la paella de marisco de los domingos y lo único que te dan ganas es de acostarte y no enterarte ya de qué va el mundo ese día. ¡A tomar por culo la paella, el pan candeal y el vino de reserva! Que cierras los ojos y no puedes dejar de ver esa imagen tipo Dickens de cinco harapientos soplando una cuchara, sin más que llevarse a la boca que el contenido de un tupper que su madre les diera en la última visita.

Y para colmo de alegrías van y le despiden, porque la crisis es lo que tiene. Es mejor cargarse a diez tíos que cobran mil euritos que cepillarse al chorizo que roba diez mil al mes y que, además, tiene sanas intenciones de robar veinte mil a la primera de cambio. Lo mires por donde lo mires, es pura lógica.

Pero yo, como vivo en la parra y últimamente en las nubes, que si eso, ya os lo cuento otro día. Lo de las nubes, digo. Pues nada, que no me había enterado. Y ahora es que no dejo de pensar por dónde andará mi Benito, mi buen Benito, cincuentón pasadito, barrigón de cerveza de oferta. ¿Quién me va a contratar al viejo, que apenas tiene el Catón y las cuatro reglas? Que no le va a quedar al pobre ni cuchara que soplar. ¡Menuda papeleta!

Sin embargo, y a pesar de mi manifiesta frivolidad, no es que no me hubiera enterado de la suerte de Benito por nada, sino porque nadie me lo había dicho. Que yo ni vivo en una “Urba”, ni tengo piscina, ni huerto para los tomates. El que sí lo tiene es mi amigo Jotaerre. Bueno, vamos a ver, piscina no y huerto para los tomates, pues tampoco… de momento. Que tendrá, vaya si tendrá. Mi ex decía siempre: “Si tu mujer te dice que te tires del tejado abajo, procura que sea bajo, porque tirarte te tiras”. Y si tus amigas ya han hecho el proyecto del huerto, pues nada, chico, déjate llevar, abróchate el cinturón y disfruta de la travesía. Que al año que viene vas a comer un salmorejo que va a ser la envidia de la “urba” en pleno.

Así que, ignorantes nosotros de la suerte de Benito, el otro día nos llamó Jotaerre para una pequeña reunión de amigos. Claro, nosotros que somos muy de la amistad y que, por más que puteemos al bueno de Jotaerre, pues le queremos y todo. Allá que nos fuimos, tras el llamado de la naturaleza amistosa, relajada, divertida y tierna. Que, al final, es lo que nos mueve a todos. Que lo que nos gusta es querer y que nos quieran. Así de fácil, así de simple, así de difícil. Que en estos tiempos de vómito se lleva más la puñaladita trapera y la jodienda fácil. Ya se sabe, quien no jode dentro, ya jode fuera. Y, si puede ser al prójimo más próximo, pues mejor, porque a la vista de los resultados, debe ponerla muy pero que muy turgente, por no decir dura; que andan las mentes adolescentes sucias y descamisadas.

A mi Paco me lo dejé en casa, de Rodriguez, cuidando el fuerte y la perra. Y me fui a vivir la vida loca de la cándida readolescencia, que estamos un poco petardos últimamente. No pasa nada. Que uno tiene todo el derecho y el torcido del mundo a ponerse adolescente coñazo cuando le de la gana.

Jotaerre, que no tiene pereza ninguna para coger el coche y hacer de traidor, por aquello de traer, se fue con Ka, primero por una y después la comitiva en pleno a por esta servitrice. Caminito agradable con música y chascarrillos. Compra de elementos esenciales a mitad de camino y ¡hala! P’a la “Urba”.

Al pasar por la garita vacía de nuestro héroe, nos informa el comandante de la comitiva que Benito ha sido despedido hace ya algún tiempo. En el coche se hizo un silencio apocalíptico, de esos como de media hora antes de la debacle. Cada quien mirando en su interior, buscando recuerdos de Benito el desconocido. Esa sonrisa bonachona que ninguno llegó a ver jamás. ¿Qué habrá sido de él? ¿En qué garita estará pegando la hebra ahora? Silencio.

Silencio y cada quien buscando en las esquinas de su alma, no ya la imagen del bueno de Benito, a quien nadie ha conocido, sino la referencia de esas personas buenas, parlanchinas, esos seres atados desde siempre a nuestra biografía. Insignificantes en apariencia, que un día desaparecen y nadie parece darse cuenta. Y, de pronto, otro pasas por el hueco de la ausencia y notas un agujero en el alma, un cráter en los recuerdos, un vacío en el propio vacío de la inexistencia.

Un día desapareció el Señor Orencio, que nos vendía el pan y los bollos, al otro la Señora Pura. Cerró la panadería y nos quedamos huérfanos de pan y magdalenas. Parece como si nada hubiera pasado, como si nadie se percatara de esa presencia vacía.

Tiene que llegar la deserción de un desconocido para apreciar los huecos vanos de nuestra esencia.

MAMÁ, QUIERO SER PILOTO

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Y yo siempre he querido ser aeromoza, como dice mi amiga Gloria, la de Monterrey. Bueno, aeromoza, aeromoza no, algo que mande más y no tenga que ir haciendo equilibrios por el pasillo del avión con el carrito del café. Aunque, tal y como están las compañías aéreas, no me extrañaría nada que te atizaran un par de soplamocos, así, nada más llegar.

Pues mi amigo Jotaerre, no el de Dallas, que ese debe andar ya por los cien años. No, otro Jotaerre, uno que anda viviendo una segunda juventud, recuperando tiempos perdidos, aficiones guardadas en el fondo de un baúl y con una estrenada energía (que no se ni de dónde saca para tanto), así como recién sacada del cajón de las cosas nuevas, con ese apresto y olorcito a nuevo; con esa mismísima energía a la que no ha quitado ni la etiqueta de nuevo. Ahí lo tenéis, que se ha puesto a aprender a pilotar avionetas. Vaaaaaale, eso no es ser piloto comercial tipo Ryanair (ni falta que le importa), pero es suficiente para quien tiene el deseo de ver el mundo desde arriba, no ya para verlo con los ojos de Dios, sino para tener una perspectiva distinta del mundo, en estos tiempos que corren.

Pero ya sabéis que la gente es más mala que arrancada. El pobre Jotaerre, en un acto de orgullo de los de no caber la camisa en el cuerpo, va y cuelga un aterrizaje un tanto peculiar en Facebook. Su primer aterrizaje. ¡Coño! Bastante que no estrelló la avioneta contra la pista. Así que sus “amigos”, esos socarrones y más malos que los calambres del cólera iniciamos, digo bien, iniciamos, porque yo también estaba metida en el ajo (para variar) una dura campaña de escarnio y desjono cariñoso, eso sí, de nuestro piloto en ciernes. Esta Candela que firma quería ser jefe de cabina, por aquello de su sueño infantil de aeromoza pero con más remango. El amigo Ka el segundo de abordo. Y la querida Isabel pasajera incordiona. Así que, ya sabéis como se lían en las redes sociales, la lista de posts parecía no tener fin. Que si yo no te subo al parabrisas a poner el ticket de la hora, que si tírate en paracaídas para comprar los churros del desayuno, que si no me griten al aterrizar, pase lo que pase. Que si la tripulación va y echa al piloto y se larga a Hawaii a beber cocolocos. Yo no sé. P’a mi que se nos ha ido de las manos. Así que valga esta entradita en mi blog como profundo acto de contrición y respeto para quien, más allá de convencionalismos, se lanza a perseguir un sueño. Ya sabemos todos como es el carácter espanis. Vemos los toros desde la barrera y nos creemos Manolete..

Buenas tardes, señores pasajeros.

En nombre de la Wheel flight Company, el comandante Jotaerre y la tripulación les damos la bienvenida al vuelo 007 con destino Madrid. La duración estimada del vuelo es de varias horas.

Por motivos de seguridad y para evitar interferencias con los sistemas de navegación, rogamos apaguen sus teléfonos móviles. Por favor, comprueben que su equipaje de mano está bien colocado, la mesa plegada, el respaldo de su asiento en posición vertical y su cinturón abrochado. Les recordamos, asimismo, que está prohibido fumar a bordo.

A continuación les vamos a proyectar un vídeo con las normas de seguridad específicas de este avión.

Puertas y rampas.

Atención, personal de cabina. Despegue inmediato.

LA TABERNA DE SANDRA BULLOCK

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Preparando la cartera estaba yo, eligiendo la mejor manzana para hacerle la rosca al profe. Guardando cuidadosamente los lápices, los bolis, las gomas (de borrar, por supuesto), el sacapuntas, el compás, los rotus y la escuadra. Miré hacia mi derecha, que es dónde dicen los psicólogos que uno tiene que mirar para recordar el pasado, y me encontré con este verano extraño pero divertido. Con amores, desamores, romances, hijas de puta, cine de verano y la taberna de Sandra Bullock.

Mi amigo Equis (que luego todo se sabe), por ejemplo, se topó con la perfecta cabrona, que le ha hecho pasar un verano de no te menees. Yo, si os digo la verdad, no sé si merece la pena andar con tantas trolas, que si te digo, pero luego no te digo, que si no eres tú, soy yo. Que si ahora te bloqueo en el guasap. Bueno, bueno, como es esto del guasap. Antes, en el cole de verdad, nos tirábamos notitas de lado a lado de la clase. O las íbamos pasando de atrás adelante. Ahora todo el mundo tiene un teléfono más listo que los ratones coloraos. Todos mandamos guasaps y, de paso, aprovechamos para volvernos un pelín más locos. Un claro ejemplo es el doble click. ¿Pero quién demonios ha inventado esa satanez? Así que mandas un guasap y sale un click verde en plan: “Que siiii, que lo has enviado” y luego, cuando lo lee el o la destinataria, sale un doble click, que es lo ideal para acabar con la paciencia de cualquiera, porque en el momento en que aparece el doble click tu ya te pones a babear, como el perro de Pavlov. Sabes que la respuesta está cerca… o no. Pero ¿Y si no responde? No tienes la opción de pensar que no han leído tu mensaje. La tecnología móvil juega contra la imaginación. Antes éramos capaces de justificar cualquier cosa. Ahora es imposible. Los móviles son la prueba viviente y contra el doble click no hay nada que hacer, eso es más verdad que el sol que me alumbra. El Dios del doble click es infalible. Así que llegamos a hacer cosas muy raras. Cuando no queremos que sepan que hemos leído el guasap, pues nos liamos a mandar esemeses a los amigos en plan “no me escribas ningún guasap porque no quiero que fulanito/a se entere de que he leído sus mensajes, aunque sí los leo, cuando me saltan en el aifon, pero sin abrir el guasap”. Yo no digo más, esto es para leerlo y sacar cada quien sus propias conclusiones. Y que nadie se empiece a reír ahora, haciéndose el/la nuevo/a, que eso lo hacemos todos desde que sabemos lo del doble click.

Este verano también he sido consciente que soy más vieja que el acueducto de los Milagros. ¿Sabíais que “Te quiero”, o sea, un “tequiero” de los de toda la vida de Dior, según el nuevo idioma aifon se dice 458?  Yo es que aún no me había recuperado del Tekiero con Ka que, como dice mi amigo Luis Quintana, es como de querer más a lo bestia. Si, si. 458. Yo, de verdad, no es que os lo quiera contar, es que es la cosa más tonta del mundo y casi que prefiero dejaros con la duda, que no merece la pena explicar semejante memez. Pero no puedo y no puedo resistirme a contaros cómo descubrimos mi amigo Equis y yo que 458 significa Te quiero. Andábamos los dos, como locos con la perfecta cabrona cuando observamos que en su estado de guasap ha puesto 458. Mmmm, gran mosqueo, hasta que Equis lo encontró en internet. Alucinante. Lo mejor es que la interfecta, al ser interrogada sobre a quién iba dirigido ese 458 sólo se le ocurrió contestar que era su número de la suerte. ¡¡Que arte!! Lo que se ha perdido el teatro español.

Mi barrio, que es una cosa así, como de lo más castiza, parece que es inmune a guasps, aifons y dobles clics. En mi barrio castizo, castizo y multicultural del que estoy profundamente enamorada y del que soy emperatriz y paria, aún hay tabernas. Si de esas de vino a granel, garrafas de orujo y tonelitos con aceitunas que desafían las leyes del tiempo. Casi frente a mi casa hay una taberna de esas que cuento. Todo el mundo va allí a tomarse ese vino peleón de a cincuenta céntimos el vaso. Pero todo el mundo, desde los del barrio de siempre hasta los más alternativos que se han ido mudando en los últimos años. Tenemos actores de cuarto y mitad de pelo, cantantes de octava de pianola y artistas de diversas disciplinas. De éstas (cantantes, quiero decir), tenemos una que me encanta. Sale a la calle con su book, un pelo así como construido con una arquitectura imposible y un palmero, que hace las veces de community manager, director de campaña y presidente del club de fans. La verdad, a los parroquianos del vino peleón o del botellín de cerveza nos importa un pito si esa señora canta, baila o se despelota. El que lo hace todo es el palmero. Un hombre aceituno, como veinte años más joven que ella y que anda perdidamente enamorado de la vieja folclórica, se dedica a azuzar a los presentes con el fin de que la señora en cuestión se lie a cantar, no sé si para subirle la autoestima o para que, por un instante, se pierda en el lado derecho de su cerebro. Si, el de los recuerdos. Bueno, que no lo se. Pero la situación es esa. La de la taberna, que es clavadita a Sandra Bullock, pero como con veinticinco años y kilos más, según mi amigo Juan, pues ella pasa. Yo creo que más bien no se pronuncia por no meter más jaleo, pero tiene cara de repatearle el hígado ese momentazo cante por bulerías. En fin, cosas del barrio.

Otro de los descubrimientos del verano, ha sido el cine de verano del Parque Calero, que aunque me pilla lejos de casa es lo más. Como dice mi amigo Pedro, de puro cutre es cool. Como os digo, el cine tiene gradas en plan plaza de toros de cuarta y luego, lo mejor es que tiene mesas. La gente se lleva la cena al cine. Pero lo más alucinante es que se lo llevan todo, pero todo, todo: el mantel, la olla, los hielos y el cubata. Es lo más. Nosotros hemos llevado cena en plan bocatas y cubatas una noche, ah, y otra que fui con otro amigo, nos llevamos la cena entera, hasta con postre. Todavía me estoy riendo de esa noche, porque hicimos cena como para todo el cine. Es como aquellos que hacían en los pueblos en los que la gente se llevaba la silla de tijera a la plaza y ¡hala! A lo que les echaran, eso si, con las pipas y el botijo. Este es un poco más moderno, no tienes que ir con la silla desde casa, por lo demás, todo exactamente igual: las mismas pipas y los mismos bocatas de tortilla de hace treinta años. ¡Qué glamourismo!

Vamos, que este está siendo un verano tranquilo, pero también muy divertido en algunos aspectos. En otros, la verdad, como para esnifar myolastanes, a ver si nos tranquilizamos y el otoño nos trae ese poquejo de suerte que necesitamos para vivir con menos sobresaltos.

Trilogía de una estrella Fugaz III. La Flaca memoria

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¡¡Ahora recuerdo!! Hace unas semanas creo que me perdí en el fogonazo de unos ojos. Soy enamoradiza, no lo puedo evitar. Me enamoro continuamente. La vida está casi programada para enamorarse ¿no? Yo diría que si. Sin embargo y, a pesar de mis continuos enamoramientos, no creo demasiado en el amor. El amor, en mi opinión, -al menos el amor de pareja-, tiende al egoísmo, a la posesión, al hecho terrible de tener que dar explicaciones. No, eso no va conmigo. Mi amor es flor de un día. Me enamoro perdidamente aquí y ahora, pero no mañana. Vivo desenfrenadas pasiones que tienen una vida media entre siete y doce segundos. Y ya. Es suficiente para mí. No quiero más. No quiero nada.

A veces, los amigos me preguntan cómo se puede vivir sin pareja y eso me extraña tanto, porque yo preguntaría cómo demonios es posible vivir con ella. ¿Cómo puede uno pasar años y años con la misma persona y no tener ganas de salir corriendo en dirección opuesta? Porque, al principio, todo es bonito y hasta algunos detalles odiosos te llegan a parecer graciosos. Algo como: “!Qué tierno! Mírale, como un chiquillo, sacándose los mocos” Y es verdad que nos hace mucha gracia al principio. Tres años más tarde, descubres una plantación de pelotillas en la alfombra del salón y gritas desesperada que estás harta de recoger tanta materia orgánica, de encontrarla por todas partes. Y, exasperada que estás le dices a voces que se compre una caja grande de cleenex.

Claro, que a ti te pasa lo mismo. Un día rompes el hielo y te pones una mascarilla facial de grosellas, yogur, miel y pepino delante de él, así, como diciendo “mira lo que hago para estar más guapa”. Con el pasar de los años descubres que fue ese día y no otro cuando tu Paco dejó de comer yogures.

Otro día te das cuenta de que has echado a perder toda la magia. Llevas años acostándote con un pijama de franela, la cara llena de crema, unas pinzas en el pelo, las piernas sin depilar y los pies como los cascos de un caballo. ¿De verdad te extraña tanto que tu Paco se tire pedos como una metralleta? Ese es el menor de los males.

Lo que hace diez años era una virtud -“Paco es tan ahorrador”-, es ahora un suplicio. –“Paco, eres un rata, joder”- Y la lista es enorme, tanto por un lado como por otro. Paco es un rata, tu eres una manirrota, tu suegro es un asqueroso y tu padre un metete. La lista es infinita.

Luego sucede algo realmente extraño. La pareja pasa a convertirse en una entidad total. Algo así como el ejército. ¡Hala! Donde va uno van todos, como los tres mosqueteros. Y te das cuenta de que ya no eres tu, sino Paco y Candela y que no responde Paco o Candela, sino un “nosotros” que también podría incluir a tu vecino del sexto. “Nosotros no somos muy de camping” – “No lo serás tú, medrugo, que yo con las chicas de la universidad no me perdía una acampada. Y hasta hacía botellón, fumaba porros y dormía en la playa. Así que de Camping, Paquito, no serás tú.” Sin embargo, a ti también te pasa. Y cuando te llama tu amiga Piluca para invitarte a una cena de esas, tipo parque temático, le dices “¡Ay, Piluca! Qué ilusión. Con lo que me gusta a mí el cous cous. Una cosa si, guapa, no le pongas pasas, que ya sabes que a Paco no le gustan.” Y a Paco le gustan las pasas. ¡Cómo no le van a gustar si es de Málaga y eso es como ser de Corinto en cuestión de pasas! Bueno, pues ahí va la segunda de las maldades de la entidad total. Echarle la culpa al general del ejército de algo que, en realidad, a quien no gusta es a ti.

Como colofón al horror de la pareja están las fiestas familiares. Yo creo que las inventaron los abogados matrimonialistas a ver si hacían más caja. Porque, claro, tú te casas con tu Paco, que es muy majo, por más que se saque toneladas de mocos, pero es que también te casas con sus hermanos, padres, tíos, primos y demás familia. Eso sin contar los inseparables amigotes de la infancia con sus bromas aún más infantiles. Todo esto, que quede bien clarito, es aplicable también a la inversa. Sólo que tus amigotes de la infancia pasados al lado femenino, son las pedorras de tus amigas y el amigo gay a quien Paco odia cordialmente desde el primer día, ¡vete tu a saber por qué!

Pues creo que en estas estaba yo pensando en la Plaza de Matute cuando caí en el agujero negro de unos ojos verdes. Yo, cuando me pongo así, es que me enamoro hasta las trancas. Soy capaz de renunciar a mi presente, mi pasado y mi futuro por ese instante de auténtica verdad amorosa.

Pero me olvido después. Me olvido y no soy capaz de recordar la cara, los ojos, las manos. No, se entremezclan los detalles con pasados amantes de siete a doce segundos.

Y como se me olvida y soy una criminal muy precavida, fomento la flaca memoria para no volver nunca al lugar del crimen.